sábado, 24 de diciembre de 2011


Me pintaste verdes en primavera y las hojas se bifurcaron hasta dar frutos con semillas explosivas que carcomieron toda ilusión. Y en ese parque tu cuerda como un grito tajante desesperado, que en atardeceres ondulaba seductora, se anuda tras certezas inciertas y golpes de fantasma.

Desde la abstracción de la arboleda como en el refugio de un álamo me anudo en tu sombra de barco siempre pasajera con las velas tendidas de colores desesperadamente infinitos. Los ojos bordados que dormitaban en tus manos de aguja se deshojan de tus gestos mientras crece un huracán en el hueco de tu contratiempo. Es que los escalones de tu lejanía crecen y se entrecruzan entre deslumbres.

Parece mentira el vaivén de tu corazón tan aliado y enemigo que con su caricia daña y crea hilos con alambre que lastima hasta el hartazgo. Tu súplica cotidiana se vuelve, evita el abrazo perenne que hoy te reclama en una casa ausente.

Que el dolor no cubra el aire de vuelo, el agite de alas encantador, que no chapoteen en tu barro ni las trague para siempre tu ombligo profundo que llena de maquillaje las grietas que reventaron.